Corte de agua en Lima HOY: ¿en qué distritos?

Gregorio (1984), del Grupo Chaski, por José Ragas

“Lo más sobrecogedor de verla nuevamente es lo poco que ha cambiado la ciudad, no solo en el entorno urbano, sino en las problemáticas y tensiones en cuanto a la precariedad, la falta de oportunidades y la pobreza”.

Este jueves 14 de marzo se estrena una versión restaurada digitalmente de Gregorio, una de las películas más famosas del cine nacional. La versión que se presenta ahora, cuarenta años después de su estreno, fue realizada después de varios años de trabajo y búsqueda de las cintas originales, un proceso interrumpido por la pandemia.

La búsqueda comenzó hace cinco años, por iniciativa de la productora Guarango. El reto era localizar las cintas originales en los laboratorios europeos donde los negativos habían sido revelados. Según recoge la periodista Gabriela Machuca Castillo, las compañías que habían procesado la película fueron cerrando o fueron absorbidas por otras, y al no ubicar a los responsables peruanos (Stefan Kaspar del Grupo Chaski había fallecido en 2013), depositaron los negativos en la cinemateca suiza. El financiamiento del Gobierno peruano fue clave también para que esta nueva versión llegue a las salas de cine.

La película narra la travesía de un niño (Gregorio) y su familia desde la sierra a la capital. La falta de oportunidades los obliga a tratar de insertarse en un espacio abiertamente hostil, más aún para recién llegados quechuahablantes. La descomposición social de la familia y la experiencia de Gregorio (interpretado por Marino León) en el violento escenario urbano explican cómo el mundo íntimo está claramente marcado por las presiones de sobrevivencia y desamparo de los protagonistas en una ciudad que amenaza con destruirlos al más mínimo descuido.

La película fue muy bien recibida por la crítica nacional e internacional. Participó en más de treinta festivales internacionales, por los cuales recibió quince premios. Fue exhibida además en veinte países, nada mal para un film nacional. Un crítico local de ese entonces hizo referencia a que la película permitía entender “algunas causas y consecuencias de nuestra convulsión social”. La profesora Tess Renker de la Universidad de Oklahoma ha sugerido en un reciente artículo académico cómo la película revela “el Lado B del Lado B” de la Lima proto-neoliberal de esos años, y del escenario que vaticinaba una de nuestras peores crisis sociales, políticas y económicas.

En medio de la crisis (o quizás debido a ella), la década del 80 fue particularmente prolífica para el cine nacional: en cierta forma, se abre un nuevo ciclo donde la temática urbana (principalmente de Lima) reemplaza los filmes de corte regional, herencia del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Así, Cuentos inmorales (1978) iniciaba un retrato coral de personajes urbanos, que alternaba entre el costumbrismo y la marginalidad con títulos como Maruja en el infierno, Juliana, La ciudad y los perros, entre otros. Francisco Lombardi y Caídos del cielo cerraban esta década de exploración urbana.

Gregorio introducía una mirada distinta en el cine urbano nacional (limeño sobre todo), y lo hacía incorporando al mundo andino de las migraciones y las barriadas. Una década antes, la película Cholo (1972) tenía como protagonista a Hugo Sotil, y narraba las peripecias del personaje luego de su llegada a Lima y cómo se convirtió en futbolista, lo que le permite llegar a Europa. El cine migrante continuó explorando esta temática después de Gregorio con un nuevo componente: la música chicha y el grupo Los Shapis en El mundo de los pobres (1985). El cine dialogaba con los estudios antropológicos que buscaban explicar el fenómeno de la migración y llevaba esta problemática a las salas de cine.

En el momento del estreno de Gregorio, el país entraba en un periodo muy complicado. Tan solo un año antes había ocurrido la matanza de Uchuraccay y el Gobierno de Fernando Belaunde había decidido que los militares incursionaran en Ayacucho para hacer frente al terrorismo, lo cual exacerbaría el conflicto con el saldo de víctimas que hoy conocemos. Apenas habíamos recuperado la democracia hace tres años, pero la crisis económica y el deterioro social y urbano no daban tregua.

En Lima, los primeros síntomas de crisis económica estaban haciéndose cada vez más evidentes y un Gobierno poco hábil como el de Belaunde se vio rápidamente sobrepasado. La llegada a la alcaldía de Alfonso Barrantes trajo cierto respiro a los sectores urbanos de la periferia, pero no fue suficiente. Gregorio pertenece justamente a esta nueva clase marginal, de infancia callejera, que es una prolongación de los ‘cholitos’ del siglo XIX y de Petiso, el niño lustrabotas que encontró la muerte al ser electrocutado por un panel de iluminación de la plaza San Martín mientras buscaba dónde pasar la noche.

Para quienes vean la película nuevamente, o quienes la vean por primera vez, sentirán cierto desconcierto frente al escenario urbano donde se desarrolla. Hay partes de Lima que son fáciles de reconocer y otras que pertenecen a la nostalgia. No es una película fácil de digerir. Y está bien que sea así. Lo más sobrecogedor de verla nuevamente es lo poco que ha cambiado la ciudad, no solo en el entorno urbano sino en las problemáticas y tensiones en cuanto a la precariedad, la falta de oportunidades y la pobreza que el Grupo Chaski logró transmitir a través de la experiencia de un niño migrante.

Hace unos días con Marco Avilés nos preguntábamos qué hubiese pasado con el personaje de Gregorio hoy en día, cuarenta años después: ¿Se habría convertido en un emprendedor? ¿Seguiría trabajando en la calle? ¿O se hubiese ido del país en la primera oportunidad que tuvo? Posiblemente hubiese pasado algún tiempo en la cárcel, por su perfil de quechuahablante e identificado como potencial subversivo. Cualquiera de estos escenarios es una posibilidad abierta, tal como lo plantea la película, y que no solo se le presentaba al personaje central, sino a muchos de quienes vivieron en esos años (incluyendo a nuestros padres y abuelos), y que Gregorio retrata en toda su crudeza.

La película llega en un buen momento. Es parte de una serie de largometrajes que han sido restaurados en los últimos años y que al ser exhibidos permiten conectar a nuevas generaciones con las producciones de décadas atrás. Además, en estos días se han estrenado películas como Tayta Shanti (Huancayo), Reinaldo Cutipa (Puno), La danza de los mirlos (selva) y La herencia de Flora (Lima), entre otras. También se vienen rescatando material fílmico sobre las tempranas luchas obreras (Cayaltí 1950 y un corto de 16 mm de Sontrac). Quisiera agregar que la asistencia a las salas de cine es una excelente forma de apoyar al cine regional y nacional, y la mejor respuesta a algunos congresistas desubicados que veían por encima del hombro la producción cinematográfica fuera de Lima.

Ojalá que el reestreno de Gregorio y la respuesta del público anime finalmente a las autoridades a acelerar la construcción de una cinemateca nacional que albergue nuestra memoria fílmica.

Vayan a verla.

José Ragas

Pasado vivo

Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.